lunes, 22 de junio de 2009

En el Año Sacerdotal: pensando sobre el sacerdocio (II)

¿Cómo es la presencia de Jesús sacerdote en mí, sacerdote?
Mientras preparo una explicación más clara acerca de la diferencia entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, voy a contar mi vivencia, que estoy seguro que cuando más estudie el tema más cosas podré apreciar.

En primer lugar, lo que yo siento es que desde que Él me dijo "Ahora estoy Yo", todo mi ministerio sacerdotal fue hecho por Él. Ahora, a más de 25 años de sacerdote puedo con gozo decir que cada vez me gusta más desaparecer yo y que pase Él, cada vez me gusta más ser un caño vacío de mí para que Él no encuentre obstáculos para pasar hacia los demás.

En segundo lugar, el que el ministerio sacerdotal haya sido hecho por Él, es decir, que Él haya obrado ha sido siempre que Él ha obrado. No estoy jugando con las palabras, lo que digo es que ha sido su poder y no el mío el que ha redimido a los que se confesaron tomándome a mí como confesor. Yo fui aprendiendo que las confesiones no eran exámenes sino celebraciones de la misericordia, donde Dios bendito escucha mis pecados, me perdona, me quita mis pecados, paga mis culpas y me da un corazón nuevo. Y eso, cuando yo escucho las confesiones de la gente, se produce realmente, más allá incluso de mi propia disposición para escuchar, para acoger, para acompañar. A veces he podido hacerlo bastante bien, pero otras no. Pero es maravilloso ver que en algo tan simple como es el sacramento de la penitencia, de la misericordia, del perdón, como se lo quiera llamar, se produce el verdadero toque de la sangre redentora derramada por el Señor en la cruz y que rompe las cadenas que atenazan al que se confiesa sinceramente, y sale liberado. Ese poder es del Señor, pero sólo se derrama por un ministro ordenado como presbítero. El presbítero tiene la potestad, no el poder. El poder es de Cristo, la potestad es la facultad para ejercer ese poder en nombre de Cristo. Esa facultad, esa potestad, es otorgada por el Espíritu Santo y la Iglesia al que recibe el sacramento del orden en el grado de presbítero.

En tercer lugar, yo me he dado cuenta que muchas veces puse mucho de mí para hacer la liturgia lo más agradable posible, casi casi que me convertí en un animador más que en el presidente de la celebración litúrgica de la Iglesia. Y eso sucedió por haberme faltado formación, por no haber aprendido lo suficiente a tiempo. Ahora, que ya me siento más viejo y por ende sé más porque hay mucho andado, he estudiado más y me han enseñado más, me gusta la liturgia cada vez más tal cual es, porque descubrí y gocé que es Cristo el que adora al Padre, es Cristo quien se entrega al Padre, el que intercede por nosotros, el que nos enseña, el que se nos da como alimento y el que nos une como hermanos, el que se une a nosotros, y quien nos envía. Esa obra de Cristo se realiza en la liturgia de la Iglesia que celebra en la comunión del Espíritu Santo. El sacerdote ya no es el animador, el animador es el Espíritu Santo. ¡Cuántas veces le habré sido un estorbo por dejar contenta a la gente y no ocupé el tiempo en catequizarme más y catequizar más a la gente, para que en el Espíritu Santo, en docilidad profunda a Él, celebráramos con una fe más profunda la liturgia!
Los criterios humanos de placer o displacer, de aburrido o de animado, de tediosa o agradable, de atractivo o espantoso, no son los criterios del Espíritu. Es fruto de tener el Espíritu el gozo, no la pachanga, la comunión y no la uniformidad, la armonía y no la mezcla. Creo que nos sigue haciendo falta una profunda y concienzuda catequesis, a la que habrá que dedicar tiempo, realmente.
Otro día sigo.

jueves, 18 de junio de 2009

En el Año sacerdotal, pensando sobre el sacerdocio (I)


Mañana comenzamos el Año sacerdotal. Agradezco al Señor que haya inspirado al Papa invitarnos a reflexionar sobre nuestro ser sacerdotal porque eso nos va a permitir que vivamos más acorde al don recibido, más entusiastas de la gracia que el Señor bendito nos ha dado, más felices y ardorosos en nuestro ministerio.
Iré contemplando con la ayuda del Señor diversos aspectos de mi ser (no me animo a decir "nuestro" para no involucrar a ningún otro sacerdote siéndole una carga) sacerdote y lo hago con la intención de compartir lo que siento y pienso, y nada más. Me encantaría que otros sacerdotes compartiran sus sentimientos y pensamientos al respecto, para enriquecerme con sus palabras.
También los laicos pueden opinar y enviarme sus comentarios para que su visión nos haga tomar conciencia más clara de aquellos a quienes el Señor nos envió a servir.

Me impactó fuertemente que cuando fui ordenado presbítero yo sentía sobre mis hombros una carga enorme, imposible de llevar hasta el momento en que me ungieron las manos. Allí sentí dentro mío que el Señor me dijo: "Ahora estoy Yo", y experimenté un gozo inmenso, y una liberación total del peso que hasta ese momento sentía.
Fui transformado en Cristo Sacerdote.

Esta frase me deja admiradísimo, boquiabierto, pasmado. Experimenté realmente a lo largo de mis años de sacerdocio esa verdad impresionante. Siempre sentí que me quedaba grande el ser sacerdote, enormemente grande. Pero no le queda grande a Jesús, por el contrario: Él es el mediador entre Dios y los hombres. Él es el puente (pontífice). Y su presencia se prolonga no en nuestra acción solamente, sino en nuestro ser. Es una transformación ontológica -absolutamente gratuita- de nuestro ser, para que la misión y el ministerio de Cristo sacerdote continúe hasta el último día.

La comunidad de la Iglesia, y también el mundo, necesita de Cristo sacerdote. Y Él está presente por los sacerdotes que por el sacramento del orden sagrado tienen el Espíritu de Cristo, y la potestad que reciben de Él para servir al pueblo de Dios.

Iré profundizando cada tema tocado aquí en las entregas próximas.

Catequesis hasta el 12 de mayo de 2009

pARA EVITAR QUE LAS PÁGINAS DEL BLOG SEAN DEMASIADO PESADAS DIVIDO LAS ENTREGAS.

Los archivos hasta el 12 de mayo de 2009 están en juandondo.blogspot.com